Por Diego Benítez
Si usted es padre y se pregunta seriamente qué es lo que más quisiera para sus hijos, probablemente coincidirá con la mayoría en que desearía que sean felices. Esto es así porque las personas, sin importar nuestra condición social o cultural, deseamos fundamentalmente evitar el sufrimiento. De tal forma, con la misma fuerza con que lo deseamos para nosotros, también lo haremos para ellos. Sin embargo, lamentablemente en este caso, es evidente que no siempre obtenemos lo que queremos.
Si usted es padre y se pregunta seriamente qué es lo que más quisiera para sus hijos, probablemente coincidirá con la mayoría en que desearía que sean felices. Esto es así porque las personas, sin importar nuestra condición social o cultural, deseamos fundamentalmente evitar el sufrimiento. De tal forma, con la misma fuerza con que lo deseamos para nosotros, también lo haremos para ellos. Sin embargo, lamentablemente en este caso, es evidente que no siempre obtenemos lo que queremos.
Aún cuando la búsqueda de la felicidad es una labor en la que la mayoría de nosotros estamos afanados, el sufrimiento es algo cotidiano. Incluso, es probable que usted, que está leyendo estas líneas, padezca con cierta regularidad y frecuencia alguna forma de sufrimiento, manifestado como miedo, inseguridad, ansiedad, sentimiento de culpa, desesperanza, entre otras; provocado, a menudo, por enfermedades, problemas económicos, tragedias en nuestro entorno, entre otras circunstancias; pero también por razones internas como los conflictos existenciales o los estados de depresión. Si es usted del grupo de personas que ha logrado desterrar el sufrimiento de su vida, con toda seguridad su felicidad se irradia en cada actividad que realiza, y genera bienestar duradero, tanto personal como para quienes lo rodean. Si ese es el caso, permítame expresarle mi admiración.
Pero volviendo al tema que nos atañe, si lo que la gran mayoría de padres deseamos para nuestros hijos es que sean felices, una pregunta fundamental es ¿debería estar la búsqueda de la felicidad en el corazón del currículo educativo? En el Centro Educativo Fénix estamos convencidos de que sí, aunque hemos de reconocer el gigante desafío que esto representa, al menos por tres razones principales.
Primero, plantea el desafío de definir lo que es la felicidad. Aunque por simplificación, arriba se haya tratado la felicidad como la ausencia de sufrimiento, hay que precisar que no siempre se la puede definir de esta manera. Por ejemplo, no podría considerarse feliz a una persona que está en un estado de coma, o a alguien que se encuentra bajo el efecto de sustancias psicotrópicas que le eviten el sufrimiento, sacrificando su consciencia. También hay que distinguir la felicidad del simple placer. Aunque no se pretende condenar, per sé, la búsqueda del placer, hay que anticipar que, a menudo, nos conduce a situaciones completamente indeseables que nos hacen tremendamente infelices en el largo plazo. Los embarazos no deseados y el fracaso académico son sólo dos ejemplos de lo mencionado.
La felicidad, para que valga la pena, debe ser duradera, para lo cual debe estar basada en el fortalecimiento del carácter y no en circunstancias pasajeras como la imagen, las posesiones o nuestras emociones. El fortalecimiento del carácter implica trabajar en nuestra "forma de ser" más que en nuestra apariencia, integrando profundamente en nuestra naturaleza un conjunto de valores virtuosos como la integridad, la humildad, la fidelidad, la mesura, la justicia, la paciencia, el esfuerzo, la simplicidad, la modestia, entre otros; desterrando algunas "toxinas mentales" como el odio, la avidez, el egoísmo, el orgullo, los celos, ente otros.
En segundo lugar, hay que estar conscientes que no existe una fórmula única para alcanzar la felicidad, y si existiera, no podría imponerse a los jóvenes por más legítimo que nos pareciera el propósito. Decirle a un joven "adopta mis valores, mi forma de vivir, para que seas feliz al igual que yo lo soy" no solo que es inviable, considerando las diferencias de cada quien; sino que además puede resultar contraproducente, en virtud de que podría apelar a su espíritu de rebeldía, que podría conducirlo a hacer todo lo contrario de lo que pretendíamos imponerle.
La libertad, junto a la vida, es un derecho fundamental del hombre, ratificado así por la Declaración Universal de Derechos Humanos, por lo que los valores no han de imponerse a los jóvenes de manera dogmática, sino que su adopción deberá ser el resultado de un proceso de reflexión profunda, en el marco de un ambiente propicio que les permita llegar a las mejores conclusiones. Sin embargo, hay que precisar que este espacio propicio no está caracterizado por la ausencia de normas de convivencia, las cuales son de suma importancia para construir la armonía que todos requerimos para aprender, crecer y desarrollarnos adecuadamente.
Por último, aunque a final de cuentas es lo único que importa, el desafío de la escuela consiste en implementar un proyecto educativo que, de manera integral, procure la tan anhelada felicidad para nuestros niños y jóvenes. De acuerdo a lo mencionado hasta aquí, este proyecto deberá estar basado en ciertos valores (que consideramos fundamentales) abordados de manera reflexiva, tanto transversalmente en el currículo, cuanto en algunas asignaturas específicas, tales como la filosofía, la ética o la educación para la ciudadanía.
De otro lado, el currículo y las metodologías procurarán formar jóvenes competentes, intelectualmente hablando, haciendo principal énfasis en las áreas de Matemáticas, Lenguaje e Inglés. Adicionalmente, todas las asignaturas impartidas deben contribuir a desarrollar en los jóvenes la curiosidad, el gusto por aprender, la capacidad para adquirir nuevos conocimientos y la capacidad para expresar por escrito, tanto opiniones como hechos o sucesos. Estas competencias, combinadas, asegurarán a los graduados un conjunto mayor de posibilidades para su realización personal y para el ejercicio de su libertad.
No quiero terminar estas líneas sin mencionar que el currículo debe también incorporar asignaturas para ayudar en el desarrollo físico de los estudiantes, así como sus habilidades de expresión corporal y artística, ya que contribuyen con el desarrollo integral. Siguiendo el paradigma del hombre completo de Stephen Covey, estamos convencidos que las personas somos una interacción de cuerpo, corazón, mente y espíritu; y como tal, el currículo educativo debe estar orientado a desarrollas cada una de las facetas.
Sabiendo el desafío que representa, estamos cada vez más convencidos de la urgencia de formular un proyecto educativo orientado a la felicidad. Asumimos este desafío de largo plazo, conscientes de que la excelencia es una carrera en la que no existe línea de meta. Si usted, que lee estas líneas, se ha sentido identificado o conmovido por algo de lo expresado aquí, o cree que puede realizar algún aporte a nuestra reflexión o a nuestro proceso, lo invitamos a contactarnos. Seguro tenemos muchas ideas que compartir.